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Sobre La respiración del Ser. Apnea y ensueño en la filosofía hegeliana de Germán Prósperi*

Paula Fleisner

*Germán Prósperi, La respiración del Ser. Apnea y ensueño en la filosofía hegeliana, Miño y Dávila, BuenosAires, 2018.

Mi intervención será brevísima, como el instante en el que el Absoluto deja de respirar y abre el espacio de su muerte eventual; breve, como una pequeña muerte.

Filosofía argentina

Lo primero que quisiera decir es que celebro con inmensa alegría la publicación de este libro por tratarse de un libro de filosofía argentina. Un libro de la filosofía que se hace hoy en argentina y que, más allá de los tópicos asignables a lo que podría llamarse un pensamiento nacional, es un tipo de intervención en el orden del discurso que creo perfectamente situada en esta extraña periferia en la que fue escrito. Una filosofía de acá no porque trate de gauchos, desierto, barbarie, idiosincrasias varias o cualquiera sea el “tema” que se considere “nuestro”, ni porque responda a una agenda de la novedad académica que se nos suele imponer desde las instituciones científicas públicas para el ejercicio profesional de la filosofía. Creo que es un gesto de acá el que tiene su autor, un modo a la vez erudito e irreverente de asumir y soportar la tradición occidental a contrapelo de sí misma, que se hace posible acá. El tipo de diálogo que ensaya con la tradición, o mejor, el humor con el que lo hace, que, sin ser un cinismo perezoso, es la actitud teórica de quien no tiene nada que perder porque esta tradición, que es la suya (pues la conoce, la lee en sus idiomas originales, conoce sus derivas contemporáneas, etc.), no le pertenece. Una filosofía nacida de la mezcla (una filosofía ch’ixi diría Rivera Cusicanqui), una filosofía a la que siempre se le exige que muestre un DNI que acredite la existencia de su identidad (como podría decir Korn); una filosofía, finalmente, que se sabe por siempre excluida del puro desarrollo de la idea (recordemos que para Hegel el destino de América no puede revestir ningún interés para el desenvolvimiento del Espíritu) y que, no obstante, lo celebra con un perfecto ejercicio de argumentación que deviene el acto terrorista de colocar una bomba en el corazón del sistema hegeliano. Una bomba que, en nombre de lo neutro y del ensueño, da batalla tapando la nariz y la boca (¿la vulva?) del dormido Leviatán hegeliano que respira acompasado al ritmo de su pretendida ubicuidad. Un gesto audaz, arrojado, insumiso, creo adivinar en el proyecto de este libro. Un ejercicio de crítica que, para decirlo con Foucault, es precisamente “el arte de una insumisión voluntaria y de una indocilidad reflexionada” [1].

Algunas impresiones de lectura

 

Otro gesto audaz del autor, creo, un acto de generosidad y, a la vez, de arrojo, es haberme invitado a formar parte de esta mesa. Como estarán en condiciones de comprobar inmediatamente, no soy lo que llamamos una “especialista” en la filosofía hegeliana o en ninguno de los autores que forman parte del entramado conceptual del libro. No es en calidad de “experta” que estoy hoy aquí. Por ello, me voy a permitir contarles así, algo azarosamente, sin una argumentación lógica precisa, algunas impresiones de lectora interesada que fui teniendo al leer el libro.

El comienzo, que es también por definición la entrada a una cavidad orgánica (me refiero a la sección llamada “Introito”), indica que estamos ante un texto híbrido de filosofía y ficción: el relato de la intrigante confrontación entre Joe, el niño obeso con apneas de sueño que dio el nombre al síndrome de Pickwick [2] , y Georg Wilhelm Friedrich (Hegel), instructor de respiración continua y padre del idealismo dialéctico. Por ello, no les sorprenderá si les confieso que, cual una Alicia somnolienta y curiosa, me apronté a perseguir al conejo dentro del agujero y me divertí, aprendí, desaprendí, me sorprendí, quedé perpleja, me indigné y me reí vertiginosamente hasta el final.

No voy a contar las peripecias del alma, ese personaje que se pretende secundario en el camino que recorre el espíritu hacia el autoconocimiento en el contexto de la Enciclopedia hegeliana, y que Germán convierte en la figura principal de este viaje al centro de la tierra que culminará con una especie de implosión. Este alma, decía, topos imposible de una naturaleza idealizada y un espíritu materializado, será luego la poderosa imaginación que nos regala el ensueño, a su vez un residuo que la dialéctica entre el sueño y la vigila no puede eliminar y que nos arroja fuera de lo humano. Nuestra alma, además, es aire (pneuma) y de la mano de Anaxímenes, entonces, podemos comprender el movimiento dialéctico respiratorio de la idea que es simultáneamente lo que posibilita e imposibilita lo Absoluto. “El alma sueña la idea y al hacerlo la suspende”, dice Germán. Hay una falla, una interrupción que es el lugar al que, con increíble precisión, nos trajo el conejo relojero: y allí nos deja, perplejos y entusiasmados ante una vulva que entreabre sus labios prometiendo resistir la conjura falogocéntrica que la metafísica occidental ha urdido en su contra.

Leer el libro es entrar en el espacio onírico que es además su “tema”, un salirse inmanente de la ontología para permanecer, al menos el rato que dura la lectura, en la suspensión de la vulva apneica que no es sólo una hendidura, es también, y acaso eminentemente, una superficie de placer. Son sus efectos de verdad, no obstante, aquello que no acaba con la lectura. Ellos son, para parafrasear nuevamente a Foucault, destornilladores, martillos que sirven para “descalificar, romper los sistemas de poder”, incluidos aquellos de los que el libro de Germán ha salido.

En ese sentido, el quinto capítulo (“Hiperpolítica”) es un paso (no) más allá de todo el ejercicio de minuciosa relojería que es el resto del libro, en el que se traza una nueva cartografía para la guerra en curso una vez arrojada la bomba. Allí se advierte contra la falsa expectativa de la utopía de una comunidad de la apnea, una impolis ubicada en el ningún lugar del intervalo que nos eximiría de volver a ejercitar el pensamiento en contra de la respiración homogénea que permite dormir sin soñar. No se trata de haber encontrado un espacio neutro, vacío y sin conflictos en el que permanecer al resguardo de la violencia de la dialéctica metafísica, sino de habitar los contraespacios, todos aquellos lugares que sean impugnaciones míticas o reales del espacio en el que vivimos (es decir, de esa polis pneumática que nos ahoga con su respiración continua), y de trazar la cartografía de aquellas heterotopías en las que sea posible volver a soñar, hacer proliferar las imágenes sin la guía verdadera de la idea, para volver al conflicto habiendo comprendido la naturaleza polar y co-dependiente de sus contrincantes.

Como la agenda feminista hoy tan presente en la argentina ─agenda que en mi opinión es la khorá (receptáculo, nodriza) en la que libro está inmerso acaso involuntariamente─ como este agenciamiento colectivo, decía, ha dejado en claro: no hace falta matar a Hegel, matar es un gesto patriarcal. Sí es, al menos en ciertas ocasiones, imprescindible escupirlo.

1. M. Foucault, “Qu´est-ce la critique” en Bulletin de la Societé Français de Philosophie, año 84, N° 2, ab.-jun. 1990, p. 39.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2. Interrupción de la respiración durante el descanso de las funciones intelectuales.

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