Editorial
Editorial
Aquí yace el lector
Que nunca abrirá este libro.
Aquí está, muerto para siempre.
Milorad Pavić, Diccionario jázaro
Con el último aliento del 2019 presentamos en nuestro cuarto número una serie de lecturas y escuchas que hicimos en los últimos dos años. Somos de profesión lectoras, podría decirse. Pero aquí quisimos ensayar un dispositivo materialista de lectura. Leer juntas y por separado, casi sin distinguir una actividad de la otra, para crear un conjunto heterogéneo de herramientas que sea máquina de pensar colectiva. No queremos disputar tradiciones, ni pertenencias, no formamos parte de los salones literarios ni de sus agendas híper urgentes. Leímos sin cuarto propio, en los intersticios y en complicidad, sin solución de continuidad, también lo que nos pareció, los que nos dio ganas. Ni en salones legitimantes ni en cuartos aislados, leímos, escuchamos y charlamos en un cubículo pequeño y con paredes falsas del cuarto piso de la Facultad de Filosofía y letras de la UBA que desde hace dos años se nos permite usar los jueves. Estos textos son el resultado de ejercicios coyunturales de lectura y de escucha que formulan preguntas de acuerdo con obsesiones que no necesariamente responden a las de les autores. Son formas del diálogo que entablamos con amigues y colegas bajo la convicción de que la filosofía no puede volver al gabinete de la especialización disciplinar. Leemos incluso sin saber lo que leeremos, como cuando se habla sin tener nada que decir por el simple placer de la (des)articulación rítmica y melódica de sonidos. Perseveramos en el abismo de la ausencia de un sentido idealista garantizado. Y preguntamos por las condiciones materiales de enunciación y existencia.
Las reseñas, se ha dicho, son una suerte de compromiso entre dos instituciones: la universidad y el periodismo, cada una con formas de organización distintas (dogmática la una, efímera la otra), pero en cuya confluencia se genera, en el mejor de los casos, una especie de silencio que hace posible la resonancia. Se trata, quizás, de ponerse a vibrar y dejar constancia del magnetismo (atracción y repulsión) que una obra es.
Ante todo, y esto es quizás lo más relevante, reseñar (como huella de lectura) tiene como única tarea apartar al pensamiento (eso que se piensa en la obra) de la moral. Suena raro, porque las instituciones de la cultura (universidad, periodismo) se perciben con frecuencia como las guardianas del valor y como las legítimas ordenadoras de las producciones culturales. De ahí todos sus esfuerzos por destacarse, por ser agudas, por subrayar el núcleo que debería conservarse, por suponerse como interlocutoras capaces de mantener una conversación. Sin embargo, y como todes sabemos, nada más aburrido que una reseña (una “lectura”) en la que le reseñista se niega a borrarse: se concentran allí todos los males de los diálogos eruditos y nos encontramos de repente en el infierno de los egos.
¿Qué es la lectura que prescinde de la moral? Es la ligera, la superficial, la que no da misa, es aquella a la que no le importa nada les autores y que insiste en hacer una afirmación espeluznante: sí, hay obra, es impersonal y cae como un diluvio de piedras que ponen a vibrar todo a su paso. No hay nada que hacer, solo hay que decir sí, vení, que pase como se pasan las drogas, sin pasado y sin futuro, sin trabajo, el puro goce (que no es siempre felicidad). Con la inocencia de quien se olvida de sí en el olvido de todo y de todes. Aquí yacemos, cual (no) lectoras del Diccionario jázaro, muertas frente a las obras que nos negamos a moralizar.