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Sobre El Sacrificio de Narciso, de Florencia Abadi*

Guadalupe Lucero

*Florencia Abadi, El sacrificio de Narciso, Hecho atómico, Buenos Aires, 2018.

La publicación de un libro es siempre un acto celebratorio, más aún cuando se trata de un libro que se inscribe en un género devenido menor en el mundo de la filosofía, quizás a causa de las exigencias aquí y allá de una forma de escritura estandarizada y a la vez focalizada. Estandarizada porque, dentro de lo posible, la escritura debe poder volcarse con la mayor claridad posible en un formulario, y focalizada porque se nos exige definición teórica, acotamiento a líneas de investigación que si son lo que se espera de una escritura desde latinoamérica tanto mejor.

 

En este contexto, el libro Florencia Abadi se inscribe en el género siempre difuso y siempre renacido como ave Fénix del ensayo filosófico, donde el tema es tratado a la vez con absoluta libertad y con gran erudición, haciendo un uso despreocupado, pero por eso justamente más interesante de la tradición. Una suerte de retorno a los temas fundantes de la filosofía tratados desde la mirada de quien entiende que la tradición del pensar, sus modos y sus figuras, se inscriben de modo concreto en nuestra cotidianidad. Se trata en este caso del tema quizás fundamental de la filosofía: el siempre caleidoscópico filein que asociamos a nuestra práctica, y por lo tanto trata del amor y sus mil figuras, donde el abordaje nos permite jugar el juego de la identificación y, por qué no, de la catarsis personal. Y todo esto logrado sin escatimar fuentes que van de Ovidio, Shakespeare, Cervantes, Calderón de la Barca, Apuleyo, Empédocles, a Andersen, los Hermanos Grimm, Saint-Exupéry, Leonardo Favio, pasando por Flaubert, Panovsky, Girard, Klein, Caillois, y por supuesto, Freud.

 

En tiempos de afirmación de las lógicas del deseo y nuevas políticas de la amistad, el libro nos interpela en la afirmación de la irremediable tensión entre las constelaciones teóricas –y prácticas– de la esfera amorosa, y aquellas de la esfera erótica. Para, entre una y otra, colar la pregunta central del libro: cómo pensar y volver a narrar el mito de Narciso.

 

A lo largo de los nueve ensayos que componen el libro podemos construir como en un rompecabezas que se habría desarmado a lo largo de la tradición, la esfera erótica y la amorosa. observamos así que a la esfera de Eros, el daimon que determina las lógicas del deseo, pertenecen de forma esencial el odio y la conquista, modelo de la muerte y la guerra. El flechazo es aquel que afirma la no libertad del otro, la necesidad de una violencia fundante y soberana. Esta caracterización del deseo parece invertir algunas de las consignas que hemos aprendido en estos años de feminismo reencendido, porque así las cosas ¡la dimensión erótica es el patriarcado! Pero ¡ay! ¿Cómo recuperaremos nuestras lógicas afectivas tan frágilmente reconstruidas y que nos atraviesan tan corporalmente en las luchas feministas? la constelación de la envidia, la idealización, el misterio, la curiosidad, que pertenecen de lleno a la dimensión erótica del deseo nos exige repensar el modo como nos recostamos felizmente en la lectura deleuziana-productiva, digamos positiva del deseo, con la simple aclaración de que el deseo no es una falta. Abadi abre esta puerta, implícitamente, en el ensayo “Misterio femenino y misoginia”, donde la función enigmática de lo femenino explica la necesidad de infligir el placer, sádica y soberanamente. También la vida queda del lado de la dimensión erótica, pero, para decirlo con Ludueña, se trata de la vida antrópica: aquella que encuentra en las formas de la teleología humana su estructura y contenido.

 

Del otro lado, a partir del ensayo dedicado a la Piedad, Abadi comienza la presentación y análisis de las piezas que compondrán el otro rompecabezas, aquel del amor. Contra la fuerza erótica destructiva y desestructurante la piedad sostiene lo extinto. Es difícil explicar en este marco la belleza de la fórmula, pero intentaré. Debo confesar que todo lo que me hacía signo en este ensayo respecto de la vida familiar vinculada al amor y al cuidado, me parecía aquello de lo que había que huir. Era la descripción de la zona más conservadora de la piedad: la que conserva el estado de cosas, la que sostiene la escena y por lo tanto se vincula con la hipocresía. Sin embargo, el sostener lo extinto nos remite a una lógica por completo diferente. Se trata de sostener aquello que excede la lógica de lo vivo, y por lo tanto, la lógica erótica antes descrita. Como recuerda Florencia, pedir piedad es pedirle al otro que no goce en la crueldad, y es justamente el punto crucial: qué lugar damos a la crueldad en nuestras lógicas afectivas. El lazo amoroso, que entra en esta esfera, tiene como arquetipo la relación de amistad. El vínculo que saca del aislamiento pero sin condición.

Ahora bien, ¿qué lugar queda entonces para Narciso, el héroe de este libro? Podríamos pensar que en primer lugar la originalidad de este libro es colocar a Narciso en la esfera que aquí llamamos amorosa. Eso parece invitarnos a pensar la rivalidad que se presenta en uno de los ensayos en el que se opone a Narciso vs Eros. Sin embargo, Abadi muestra que este tercero en disputa excede tanto la lógica erótica como la amorosa. Narciso no pertenece a la esfera amorosa porque el amor tiene un objeto, mientras que Narciso se dirige solo a una imagen. Tampoco pertenece a la esfera erótica, que presupone la conquista y el combate, el arrebato, porque su exposición imaginaria es meramente contemplativa y a la espera de la aprobación del otro. Entonces Narciso puede ser una figura intermedia, que pertenece quizás al enamoramiento, pero donde es Narciso el que se ofrece al otro, en lugar de salir a conquistarlo. En este sentido Narciso no puede ser asimilado al egoísmo, el amor de sí mismo, porque lo que Narciso ama no es su sí mismo, sino su imagen. La lógica imaginaria, que permite pensar la completitud del yo en la imagen, y que se opone a la herida infligida por lo real (lo no visible de la incompletitud) es también aquella que desplaza el sostén piadoso de lo extinto a las imágenes. Si Narciso “auxilia al sujeto en su combate contra la locura” lo hace a través de la integridad imaginaria. Contra Eros que se oculta, que no se deja ver a plena luz, Narciso nos devuelve la imagen del yo visible como un salvavidas que se revela de plomo.

Narciso sacrifica su cuerpo, su vida y por lo tanto su deseo, a su imagen, que no es sino la imagen ideal que presupone el sostén del amor del otro. Si pensamos políticamente la lógica narcisista nos resta pensar aun la dimensión imaginaria de los afectos, su vínculo particular con esas imágenes del sí mismo y de los otros, que se encuentran en permanente construcción y mutación, sin por eso abandonar su idealidad. Y pensar nuevamente, en este marco, una estructura sacrificial que ya no requiere de otro que actúe como verdugo, sino de la sumisión sin resto a las imágenes.

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