Diferencia y repetición en el materialismo deleuziano
Rafael McNamara*
*Licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Docente en la Universidad Nacional de las Artes (UNA), la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM), la Fundación Universidad del Cine (FUC) y la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD). Ha publicado artículos en revistas especializadas y en distintos libros sobre temas de filosofía contemporánea, filosofía del arte y estética cinematográfica. En la actualidad está cursando el Doctorado en Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA con una investigación en torno a la ontología del espacio en Gilles Deleuze.
En una entrevista realizada en 1973 y publicada póstumamente, Deleuze hace la siguiente afirmación: “la verdadera diferencia pasa entre lo intensivo y todo el dominio de la extensión” (Deleuze, 2016: 252). En esa frase encontramos la clave fundamental para pensar un materialismo deleuziano. Este materialismo se basa en una “física” bastante particular, que se puede entender como parte de la crítica deleuziana de la imagen dogmática del pensamiento. En efecto, la imagen clásica que la filosofía se dio de la materia y el espacio se ha construido a partir del concepto de extensión (sea en su versión física o geométrica, realista o idealista). Deleuze en cambio, al postular el carácter derivado de la res extensa, piensa la materia a partir de la noción de intensidad (incluso habla de una “ciencia de la intensidad” en la misma entrevista).
Aquí sólo voy detenerme en el modo en que Deleuze desprende esa noción del modo habitual de pensar la materia en el capítulo quinto de Diferencia y repetición. A partir de ahí el filósofo propone una filosofía del espacio que en cierto modo espeja la ontología del tiempo desarrollada en el capítulo dos del mismo libro. Me refiero a las famosas tres síntesis temporales. El capítulo quinto sugiere, aunque sólo al pasar, que también hay tres síntesis del espacio.
Veremos sobre todo la resonancia que existe entre esa ontología del espacio y las síntesis temporales del presente y el futuro (el tratamiento de la segunda síntesis queda entonces para otra ocasión). Deleuze extrae lo fundamental de esa articulación, base de su materialismo intensivo, de un viejo debate que se dio en la física de principios del siglo XX en torno del problema de la entropía.
Entropía y buen sentido
El capítulo quinto comienza con una tesis ontológica fuerte:
la diferencia no es el fenómeno, sino el más cercano noúmeno del fenómeno [...]. Todo fenómeno remite a una desigualdad que lo condiciona. Toda diversidad, todo cambio remiten a una diferencia que es su razón suficiente. Todo lo que pasa y aparece es correlativo de órdenes de diferencia, diferencia de nivel, de temperatura, de presión, de tensión, de potencial, diferencia de intensidad” (Deleuze, 2002: 333)
Para fundamentar esta tesis Deleuze propone un diálogo con la termodinámica, disciplina que podía interesarle por varios motivos. En primer lugar porque sus investigaciones parten siempre de la distinción, en un medio dado, entre un factor extensivo (por ejemplo el volumen) y uno intensivo (por ejemplo la temperatura). Luego, porque una vez despejada esa diferencia (la única que importa, si recordamos la cita al comienzo de este trabajo), da a las diferencias de intensidad un rol genético. En efecto, las primeras investigaciones en torno al funcionamiento de los motores a vapor mostraron que el trabajo se genera a partir de una diferencia entre dos fuentes de energía calórica: una fría y una caliente. Cuanto más grande sea esa diferencia, más potente será el motor. Louis Rougier, un epistemólogo referenciado por Deleuze apenas comenzado el capítulo, propone incluso una reformulación del principio de causalidad a partir de lo que llama el “principio causal de disimetría”. Según ese principio, un fenómeno sólo puede producirse en un medio cualquiera si existe una diferencia de intensidad en al menos una de las formas de energía que recorren ese medio. Esto sólo es posible si el sistema en cuestión guarda alguna disimetría en su estructura (Rougier, 1922: 31 y ss).[1]
Este principio resulta esencial para pensar la primera síntesis espacial, que es correlativa de la primera síntesis temporal. El paralelismo entre esas dos síntesis permite incluso pensar una distribución parcial de los capítulos del libro a partir de los dos conceptos que le dan título. En efecto, así como la repetición es la generatriz de la síntesis del presente viviente, aquí la síntesis del espacio es generada por la diferencia. Desde el punto de vista del tiempo, la repetición de casos de contracción y contemplación material aparece como la génesis de todo ritmo vital; desde el punto de vista del espacio, la diferencia de intensidad aparece como génesis de la extensión. La conexión entre ambas formulaciones se puede ver en el concepto de irreversibilidad. Los físicos incluso hablan de una “flecha del tiempo”, que es determinada por el recorrido de los procesos energéticos. En la formulación deleuziana se trata de la síntesis del buen sentido, que va del pasado al futuro como de la diferencia a la igualdad, del desequilibrio al equilibrio, de la intensidad a la extensión.
Es posible distinguir, entonces, dos momentos en las formulaciones de la termodinámica clásica: primero, el carácter genético de las diferencias intensivas tal como se ve en el principio de disimetría de Rougier; pero luego (segundo momento) esta disciplina mostró que en los intercambios de energía esas diferencias tienden a igualarse. Por ejemplo, si uno mezcla dos cantidades de agua a temperaturas diferentes, la temperatura general tiende a nivelarse a un valor intermedio. La nivelación de la temperatura cuando se ponen en contacto un sistema frío y uno caliente tiene como correlato un aumento de la entropía total del sistema. Esta cantidad, que es el factor extensivo de la energía calórica, se puede entender como la medida del desorden de un conjunto dado. Si la diferencia de intensidad supone un cierto orden, el aumento del desorden molecular tiene como correlato una igualación intensiva. En el ejemplo anterior las moléculas de agua están ordenadas, al principio, en frías de un lado y calientes del otro. Al mezclarse las moléculas de distinta temperatura evidentemente se produce un desorden molecular que hace tender la temperatura hacia un punto medio. Dicho con mayor claridad: si se mezcla agua caliente con agua fría se obtiene agua tibia, que se va enfriando a menos que se le vuelva a aplicar calor.
La constatación de este tipo de fenómenos llevó a muchos físicos a postular el estado de equilibrio como destino general del universo. Ahora bien, si hay equilibrio, eso significa que no hay disimetría. Sin disimetría no hay trabajo. Sin trabajo, no hay vida.
A nivel cósmico, si todas las diferencias tienden a estabilizarse a una temperatura media y la capacidad de generar orden a través del trabajo es finita, es posible sacar entonces la conclusión de que el universo se dirige hacia la muerte térmica, es decir, un estado de máxima entropía. Es lo que hicieron algunos físicos célebres, que propusieron con esto una versión científica del Apocalipsis. Desde el punto de vista temporal, se dice que la flecha del tiempo va del pasado al futuro porque los procesos físicos tienden al desorden y a la dispersión de la energía de manera irreversible.
La diferencia aparece entonces como generadora, pero al mismo tiempo como eliminada en aquello que genera. El aumento de la entropía aparece como el ser para la muerte de la intensidad y destino del universo (segunda ley de la termodinámica propuesta por Clausius). Pues bien, así como Deleuze coincide con la premisa del rol genético de la diferencia, jamás podría aceptar esa conclusión, que es la del buen sentido.
Eterno retorno de las intensidades [2]
El buen sentido opera siempre una reducción de la diferencia al elemento de la representación. Desde el punto de vista del tiempo vimos que se relaciona con la síntesis del presente: es el sentido de la flecha temporal que va del pasado al futuro como de lo imprevisible a lo previsible, de la diferencia a la igualdad. En el capítulo quinto Deleuze agrega una definición más: lo que caracteriza al buen sentido es la unión de una verdad parcial con el sentimiento de lo absoluto (Deleuze, 2002: 336). En el desarrollo de ese capítulo se trata de separar la segunda ley de la termodinámica como verdad parcial del sentimiento de lo absoluto que hace de ella el destino general del universo. Para eliminar ese encadenamiento el filósofo se apoya en un trabajo que es una especie de fósil desconocido de la historia de la ciencia. Se trata del libro Principe de Carnot contre formule empirique de Clausius de Léon Selme. Allí el autor dice, por ejemplo, que
cuando científicos que admiran a Clausius, haciendo gala de un dogmatismo abusivo, repiten su famosa sentencia: “la entropía del universo tiende hacia un máximo; el mundo tiene como término un reposo absoluto, la muerte de todo”, sólo debemos ver en ello, por muy resonante que sea, una extrapolación falaz (Selme, 1917: 105).
Este trabajo recibió muchísimas críticas y pronto cayó en el olvido. Dejando eso a un lado, lo que aquí interesa es el argumento más general de Selme en contra de la tesis de la muerte térmica universal, que es quizá el momento más especulativo del libro.
El autor reconstruye la posición de sus adversarios teóricos en los siguientes términos. Muchos físicos consideran nuestro mundo como un sistema cerrado sobre el que nada actúa. A esto añaden las leyes de la disipación de la energía y el aumento de la entropía como principio indiscutible. De este modo el universo es condenado a llegar, tarde o temprano, al estado de equilibrio o “muerte térmica”. Según Selme, el inconveniente de este razonamiento es que considera el mundo haciendo abstracción del medio cósmico en el que está inmerso. Ese medio debe ser considerado como una fuente inagotable de energía, de diferencias de intensidad que tienen una capacidad ilimitada para generar orden y trabajo.
Desde el punto de vista de Selme, cuando Maxwell hablaba de “pequeños seres invisibles e inteligentes, demonios anti-destructores” (1917: 135) que trabajan para la regeneración continua de la energía, estaba más cerca de la verdad que los seguidores de Clausius. Por ejemplo, si consideramos un gas cuyas moléculas se mueven a distintas velocidades, estos “demonios” cumplen la función de mantener separadas las moléculas veloces de las lentas. De esta manera evitan la anulación de las diferencias de intensidad y generan un trabajo medible en joules. Selme prefiere reemplazar los demonios de Maxwell “por fuerzas de gravitación que desempeñan un papel análogo al separar las moléculas de velocidades diferentes” (1917: 136). Esto contribuye a crear nuevas diferencias de intensidad. Probablemente consideró demasiado fantástica la formulación de Maxwell, aunque quizás sería preferible conservarla en función de su innegable belleza. Como sea, lo importante es que, al negar a la degradación de energía el rango de principio general, Selme dice que “aquello que se pierde para nosotros no se pierde para la naturaleza. A ella retorna todo lo que dejamos de lado […] Se preparan así nuevas formas de energía potencial” (1917: 134, énfasis añadido).
Para explicar con más claridad esta tesis, que consideramos de largo alcance, el autor ofrece el siguiente ejemplo:
la caída del agua erosiona las laderas de la montaña y pone al descubierto, aquí y allá, algunos bloques de granito; el paso continuo de los torrentes va removiendo la arena en torno de estos bloques; pronto llega el día en que éstos ya son masas elevadas que amenazan con desplomarse; la degradación dio origen a energía potencial (1917: 134).
En esta descripción hay que distinguir dos aspectos diferentes: por un lado, un proceso de degradación de energía; por otro, esa misma degradación tiene como correlato la producción de un nuevo potencial. Esta virtualidad no tiene nada de ilusoria (la amenaza de derrumbe es completamente real, aunque no sea actual). Si bien estos procesos son dos caras del mismo fenómeno, desde un punto de vista ontológico es necesario distinguirlos. El agua que cae puede ser considerada como energía hidráulica que se desperdicia. Pero de esa pérdida aparente emerge una nueva potencia de la naturaleza en la forma de bloques de granito amenazantes. La energía que se disipa no es simplemente perdida, sino que atraviesa un espacio capaz de transformarla en energía potencial. Si tuviéramos los medios adecuados, esa energía podría ser aprovechada. Es decir que la degradación de las energías va siempre acompañada, según nuestro autor, de una “regeneración de energía utilizable” (Selme, 1917: 135).
Mi hipótesis es que en estas líneas está el germen del concepto deleuziano de intensidad y su relación con la doctrina del eterno retorno. En efecto, la constante transformación de energía degradada en energía potencial permite afirmar un retorno de las diferencias como correlato de la degradación empírica. Al mismo tiempo que las diferencias de intensidad siguen una pendiente degradante (segunda ley de la termodinámica y primera síntesis espacio-temporal), ellas se conservan en sí mismas y vuelven al mundo como energía potencial (tercera síntesis). El principio de degradación de la energía rige el proceso de explicación de las intensidades en la génesis de lo extenso. Pero esa ley no es más que un principio empírico que tiene como correlato el principio trascendental de la implicación y la repetición intensiva. Cuando se confunden esas dos instancias se cae nuevamente en el buen sentido. Una vez más entonces, hay que recordar la gran divisa del materialismo deleuziano: “la verdadera diferencia pasa entre lo intensivo y todo el dominio de la extensión”.
Conclusión
Resumiendo, es posible distinguir tres momentos en el diálogo deleuziano con la termodinámica. Con Rougier y su causalidad disimétrica aislamos el momento genético, la chispa que hace posible cualquier fenómeno. Luego, en un segundo momento vimos cómo el recorrido de la intensidad en los procesos energéticos se dirige hacia la nivelación. Jugando un poco con los nombres, se puede bautizar el primer momento como “efecto Rougier”, y el segundo, que corresponde a la entropía y el buen sentido que anula las diferencias, como “efecto Clausius”. En tercer lugar estaría el “efecto Selme”, que permite comprender otro proceso, fundamental para la filosofía de la diferencia: la anulación de las intensidades en la extensión va de la mano de una generación constante de nuevos potenciales. O como dice Deleuze, la intensidad no se anula simplemente en la extensión que genera, sino que permanece implicada en sí misma, en su propio plano, insistiendo como diferenciante de la diferencia (Deleuze, 2002: 359).
Al principio vimos que Deleuze habla incluso de una “ciencia de la intensidad”. En la misma entrevista Guattari lo corrige y dice que una ciencia de la intensidad es algo absurdo, que lo que hay que pensar es más bien una política de las intensidades que sería al mismo tiempo una política de la ciencia y las artes (Deleuze, 2016: 254). Pero el malentendido no es más que aparente. En efecto, la conexión entre lo político y la ciencia de las intensidades ya estaba en el corazón del pensamiento deleuziano en Diferencia y repetición, donde dice lo siguiente:
el buen sentido es la ideología de las clases medias que se reconocen en la igualdad como producto abstracto. Sueña menos con actuar que con constituir el medio natural, el elemento de una acción que va de lo más diferenciado a lo menos diferenciado [...]. Por consiguiente, sueña menos con actuar que con prever, y con dejar que la acción pase de lo imprevisible a lo previsible (de la producción de diferencias a su reducción). Ni contemplativo ni activo; es, sobre todo, previsor. [...] Es termodinámico. (Deleuze, 2002: 337)
El oscurísimo Selme nos permitió aquí salvar a la termodinámica de su “destino clasemediero”. Pero para terminar, insistamos sobre la conexión esencial entre la “ciencia de la intensidad” y lo político. Por un lado, porque la distinción entre extensión e intensidad está a la base de casi todos los conceptos de los dos tomos de Capitalismo y esquizofrenia, que son los que se suelen usar para pensar una política deleuziana. Pero sobre todo porque aquí y ahora, en nuestra actualidad política, hay todo un buen sentido que insiste con la teoría de una especie de inexorabilidad entrópica según la cual habría una conexión causal necesaria entre una época del consumo y una época del ajuste. Básicamente, se nos dice que ese pasaje era inevitable y que, naturalmente, la economía se debe “enfriar”... igual que nuestros hogares en este frío invierno. Lo que falta decir es que eso lleva a la muerte. De modo que lo que está en juego aquí no es tanto la verdad o falsedad de una teoría científica (algo que de todos modos se puede discutir y se ha trabajado, por supuesto). Lo realmente importante es la evaluación crítica de toda una matriz de pensamiento: el buen sentido que puede instanciarse tanto en la ciencia como en la política.
Contra esa imagen del pensamiento, el gesto principal del materialismo deleuziano pasa por descubrir y afirmar las vibraciones intensivas ocultas en la aparente estabilidad y previsibilidad extensiva. De modo que, si bien el concepto de lo virtual ha sido el que en general cautivó a los lectores de Diferencia y repetición, quizás sea en la noción de intensidad donde se juega el aporte fundamental de esta filosofía para pensar un nuevo materialismo.
Bibliografía
Deleuze, Gilles (2002), Diferencia y repetición, trad. M. S. Delpy y H. Beccaecece, Buenos Aires, Amorrortu.
----------- (2016), Cartas y otros textos, trad. Pablo Ires y Sebastián Puente, Buenos Aires, Cactus.
Mc Namara, Rafael (2016), “Degradación empírica y repetición trascendental”, en Ferreyra, Julián, Intensidades deleuzianas. Deleuze y las fuentes de su filosofía III, Buenos Aires, RAJGIF-La cebra (en prensa).
Rougier, Louis (1922), En marge de Curie, de Carnot, et d’Einstein, París, E. Chiron.
Santaya, Gonzalo (2015), “De la disimetría como razón suficiente: Louis Rougier y la noción de intensidad”, en Kretschel V. y Osswald A., Deleuze y las fuentes de su filosofía II, RAJGIF, pp. 87-94.
Selme, Léon (1917), Principe de Carnot contre formule empirique de Clausius, París, Dunot et Pinad.
[1] El principio completo es enunciado del siguiente modo: “La condición necesaria, pero no suficiente, para que un fenómeno se produzca en un medio dado: que exista entre dos regiones de ese medio una diferencia en el factor de intensidad de al menos una de las formas de energía que se encuentran localizadas en él, lo cual no es posible sino por la existencia de una disimetría en la estructura de ese medio” (p. 34, traducción tomada de Santaya, 2015).
[2] En este apartado se retoman algunos temas desarrollados en el artículo “Degradación empírica y repetición trascendental” (Mc Namara, 2016).