top of page

Filosofía del tercer género

 
Colectiva Materia

El 3 de junio de 2017, tuvo lugar la Primera Jornada de Debate RAGIF ¿Qué es hacer filosofía hoy?, organizada por la Red Argentina de Grupos de Investigación en Filosofía (RAGIF). Como integrante de dicha red, la colectiva participó en el segundo eje de los propuestos, Hacer filosofía, ¿una tarea colectiva?, que planteaba los siguientes interrogantes: “¿Se puede subsumir el hacer filosofía bajo una actividad específica, como la investigación, la docencia o la divulgación? ¿Qué implica entender la filosofía como una construcción colectiva? ¿Qué papel juega el otro en la interrogación filosófica? ¿Qué es –o qué debería ser– un grupo de investigación en filosofía?”. Presentamos a continuación el texto que elaboramos para la ocasión.

La forma en la que se nos plantea el eje de trabajo es por demás problemática o al menos sugestiva. Se pregunta por una tarea colectiva que luego se especifica como investigación, docencia y divulgación. Dejando por un momento a un lado la pregunta por la construcción colectiva, la especificación se amplía a la consideración de otro y la noción de grupo íntimamente vinculada con la idea de grupo de investigación. ¿Qué presupone esa palabrita siempre a mano que se cuela sin que la veamos: el otro?

1. Colectiva como no grupo

Suele referirse la tarea colectiva del hacer filosófico al “grupo”. Tenemos grupos de lectura, de investigación, formamos parte de un grupo de docentes en las cátedras o en centros socio-culturales donde se dan talleres, etc.

Así las cosas, querríamos plantear un problema casi preliminar: ¿es lo mismo un colectivo y un grupo? ¿O una tarea colectiva y una grupal?  Es necesario entender lo colectivo como un desplazamiento de lo grupal, en tanto que esto remite a un agregado de individuos (la multiplicidad de unidades: un grupo de individuos, de personas, de filósofxs) mientras que un colectivo, o una colectiva, presupone aquello que Deleuze y Guattari han pensado como una individuación múltiple. Sin objetivo totalizante o unificador, el colectivo es compatible con las singularidades que surgen en y a través sus conexiones. Hay una apuesta por la singularidad en la filosofía como hacer colectivo.  

 

2. Colectiva como forma desplazada del trabajo

Es natural pensar que es la forma de trabajo la que nos obliga a estar con otros (docencia en cátedras, investigación en grupos o equipos, divulgación en relación con otros actores). Desde la formación en la carrera, suele sentirse como un pesar el deber de asociarse para generar un pensamiento (de allí la reticencia unánime a conversar en clases, a realizar acciones de escritura colectiva, etc.), ¡vaya paradoja! mientras estudiamos el nacimiento dialógico y peripatético de nuestra tradición. Acaso podría reversionarse la práctica filosófica y pensar casi por contagio su relación con estas formas del trabajo. ¿Cómo contaminar lo grupal -exigido por nuestras condiciones materiales de trabajo- con lo colectivo implícito en nuestra tarea?

 

3. La colectiva

 

Hablemos del lugar de la enunciación. La colectiva no es simplemente el juego de lenguaje que elegimos jugar para señalar que quienes lo componen nos identificamos como mujeres, sino que, como individuación colectiva, elegimos acentuar lo femenino en ese ser-múltiple que conformamos.

La lógica masculina de la investigación inunda la filosofía como a cualquier otra disciplina antigua y contemporánea, si bien es cierto que tal vez en términos de la tradición filosófica esto sea incluso más marcado por el hecho de que el filosofar ha estado invariablemente asociado a la libertad y esta siempre ha pertenecido a los varones. Libertad corporal que luego se traslada a la libertad para pensar y más tarde al pensamiento libre. Nunca está de más recordar que son los (hombres) libres quienes filosofan, incluso acerca de los que no pueden o no quieren filosofar.

La enunciación femenina como voz desde la cual considerar lo colectivo en filosofía dice más que la mera adscripción de género de sus supuestos componentes (ya desplazamos a los individuos y nos referimos a las singularidades): reniega de la enunciación (individual) masculina que forma grupos o equipos de pares, que intercambian sus pareceres (también individuales) para arriesgar la enunciación común sin yo (ese “sin-yo” que la filosofía nos enseñó a considerar “universal” y “válido para todos”).

En la colectiva se puede entrever cierta problematización de lo que puede ser más inmediatamente lo que nos acomuna, como comunidad de relaciones en crecimiento (algo más que discursos y prácticas formalizadas: algo que brota, retomando la ambivalencia griega del verbo phyo que da lugar al término physis). El concepto problemático de enunciación colectiva y también de tarea colectiva tiene que hacer tambalear los presupuestos del discurso en común, de los problemas en común, hacia una comunidad problemática.  

 

4. Physis no-natural de la investigación

La filosofía se debate en la tensión de haber nacido de la libertad masculina como una forma ociosa de vida y ser hoy un trabajo profesional que incluye a las mujeres. La tradición comunitaria (casi siempre de varones: desde la academia platónica hasta las comunidades monásticas, pasando por las escuelas helenísticas, eran los varones quienes se reunían a pensar) parece haber ido desvaneciéndose hasta perderse en la modernidad con el filósofo encerrado en su gabinete. No obstante, para las mujeres ese modo de la filosofía es materialmente imposible, como bien señala Virginia Woolf en relación con la imposibilidad de ser escritora para una mujer en Un cuarto propio: siempre nos faltará no sólo el cuarto propio sino también la comida caliente.

La filosofía que hacemos no es una filosofía de sustantivos y verbos (la pregunta por la esencia), sino de adjetivos y adverbios: investigamos el tránsito del qué al cómo… la pregunta por el otro finalmente siempre supone un uno sustancial individual al que oponerlo. Nosotras, en cambio, nunca estamos solas, aunque no seamos un grupo.     

Un espacio, un espaciamiento, un lugar en el que somos hospedadas una por las otras de modo irrestricto tiene todo de físico pero nada de natural. Aquí se pone en juego una eco-técnica del trabajo que ante todo asume las circunstancias precarias (por lo general invisibles e invisibilizadas) en las que las mujeres podemos dedicarnos a la investigación filosófica y que hace de la tarea también un modo de vida, un modo de estar juntas que, en lugar de tomarnos cual commodity barata (recurso natural) para continuar la lógica extractivista (a la que, como todxs, estamos sometidas), nos permite resistir al aislamiento y desconexión que de otro modo se impondría.

Un espacio que tiene, no obstante, un aspecto institucional fuerte: como investigadoras del Conicet y docentes de la UBA nuestro sustento surge de la profesionalización de la práctica. No es el salón literario, es el lugar de trabajo que construimos para poder seguir dentro de la institución que nos alberga y exige el borramiento de nuestras condiciones de existencia. La colectiva es una eco-técnica que no replica el oikos patriarcal y doméstico, ni el ágora pública e individualista, sino algo perteneciente al tercer género.

 

5. Filosofía del tercer género

Nuestra colectiva de pensamiento es ese cuarto propio que nos garantizamos entre nosotras o, mejor, es la chorá, el receptáculo y la matriz, la nodriza y el tercer género en el que nuestra filosofía acaece. La forma y el contenido ya no se presentan separados sino que en la medida en que el pensamiento surge de esta mezcla caótica (en ese lugar que no coincide completamente ni con el plano de las cosas materiales ni con las formas inmateriales) es él mismo un pensamiento de la mezcla, sustrato indeterminado, campo de la potencia.

A diferencia de Aristóteles que tiene que resignar su amistad con Platón por amor a la verdad, nosotras somos amigas del saber que se hace entre amigas, la filosofía común, reivindicando para nosotras toda la sospecha, la clandestinidad, lo mezclado y discontinuo que puede ser el diálogo que se ve obligado todo el tiempo a inventar las palabras con las que se expresa, garantizando menos la comunicación de contenidos que la potencia de la comunicabilidad infinita. Menos el decir claro y distinto que la imposibilidad de decir que da risa y no angustia, por ser compartida.

Si lo que nos exigen no es sólo producción sino también afecto, en principio sacamos nuestro afecto de circulación para poder ir pensando repliegues estratégicos de las formas de trabajo. Porque todo está en juego. Todo: la explotación irrestricta de todo y, lo que es quizá más desconcertante, sin un plan organizado. Estado de guerra total en el que no hay coherencia posible, y cuyo impacto en la lógica viril del pensamiento, ha sido la generación de un cinismo inocuo como máscara de la impotencia. El modo argumentativo del progreso y la superioridad humana es garante de todas las opresiones. “Contra el estado de guerra perpetuo que hace reinar el capitalismo”, dice Stengers, “traicionar el papel de consumidores confiados que nos fue asignado”. Fabricarse una vida en los intersticios, una vida teórica para vivir entre amigas que ya no buscan para sí el cuarto propio sino la sala común de la biblioteca, el bosque que obtura la calle donde yace decapitado San La Muerte, el umbral lleno de pulgas o las antiguas minas esclavas de Minas Gerais, con la imposible tarea común de exigir la financiación pública para pensar contra la explotación de la que el estado es cómplice.

bottom of page