Khóra: resto irreductible a la soberanía
Juan Pablo Sabino*
*Magister en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad (UBA), Licenciado en Filosofía (UNGS) y Profesor de Ciencias de la Educación. Entre sus publicaciones se destaca su libro Educación, subjetividad y adolescencia: entre la imposibilidad de enseñar y la posibilidad de aprender (Buenos Aires, La Crujía, 2010).
Uno
Restaba una quinta combinación, y Dios se sirvió de ella para trazar el plan del universo (Platón, 2013).
Los artistas Miguel Ángel Giovanetti y Luis Espinosa, en julio del 2011, presentaron en el Centro Cultural Recoleta una obra conjunta titulada Fragmentar el Universo (Giovanetti, M.A. y Espinosa, L., 2011). La obra pictórica se inspiró en el Timeo de Platón. Espinosa cuenta que al leer por primera vez la frase de Platón se detuvo sobre la misma al descubrir la brecha que abría, especialmente hacia el final cuando la acción que realiza el demiurgo sobre el universo es pintar. Aunque el mismo Espinosa reconoce la problematicidad que hay en las posibles traducciones, él fuerza la interpretación hacia el trazo del pincel. “La bella palabra en griego se lee: diazoographóon, que contiene ese rasgo gráfico que no termina de explicitarse en las traducciones” (Giovanetti, M.A. et Al., 2011).
δια
a través,
separados,
en dos partes,
en pedazos,
través de,
por,
por entre,
entre
ζω
vivir,
estar en vida,
pasar la vida
γραϕω
arañar,
grabar,
pintar,
dibujar,
escribir,
redactar,
componer,
inscribir,
de-signar,
registrar
δια-ζω-γραϕω
atravesar,
pasar a través de…
lo viviente
(con)
escritura, grabado, simbolización…
Escribir, narrar, grabar el cuerpo viviente, atravesándolo… o simplemente atravesar lo viviente con la escritura, con la narración, con el discurso… atravesar lo viviente con el pincel… Nombrar.
Escribir, narrar, pintar, ¿son acaso sinónimos de simbolizar?
Simbolizar dejando solamente el trazo, no el tránsito.
Simbolizar sin dejar rastro del significado, tampoco del significante.
Acaso, ¿simbolizar no es hacer cultura?, ¿no es atravesar lo viviente irrumpiendo sobre todo concepto posible de “lo natural”? ¿No es el modo en que los espectros están? No existen, hay espectros.
El filósofo italiano Giorgio Agamben en su libro Homo Sacer I recupera las nociones de zõé y bíos distinguiendo a zõé como la expresión del mero hecho de vivir común a todos los seres vivientes; y bíos como la forma o manera de vivir propia de un individuo o grupo (Derrida, 2010).
Acaso ¿el trazo sobre la/lo viviente es el tránsito de zõé a bíos?
¿Dejar huella en el cuerpo, es en definitiva la marca provisoria del trazo…? ¿de cualquier cuerpo y de cualquier trazo…? ¿es un ser cualsea que se deja atravesar (o es tiránicamente atravesado) por la interpretación de otro…?
Vivimos buscando la huella originaria del primer trazo. Mitologizamos la naturaleza en el arte, en la religión, en la filosofía, en la ciencia, en la búsqueda incansable de lo proto-originario. Pareciera ser que necesitamos imperiosamente creer que aconteció un trazo original, quizá esa sea la huella imborrable de un acceso imposible que no se deja representar bajo ninguna forma de simbolización, pero que está presente en toda creación bajo el modo de la sustracción. Hay trazo. Hay primer trazo.
Dos
¿Existe un número infinito de mundos o solamente un número limitado? El que reflexione atentamente sobre lo que precede, comprenderá que no se puede sostener la existencia de un número infinito, sin que esto arguya desconocimiento de cosas que nadie puede ignorar ¿Pero no hay más que un mundo, o es preciso admitir que hay cinco? (Platón, 2013).
El dodecaedro está compuesto por doce pentágonos, treinta lados y sesenta ángulos. Las figuras simétricas y los números enteros, son marcas claras y distintas de la finitud, de lo medible, lo calculable, lo configurable. Pero, a la vez, la construcción misma abre al ojo la percepción infinita de perspectivas. La finitud contiene geométricamente a la infinitud.
¿Podríamos aventurarnos a decir que el número doce ha guardado en su impenetrable simbología el secreto inconfesable de la comunidad? El cinco rompe las regularidades pretendidas por el dodecaedro, ya que desde la filosofía pitagórica, la sabiduría hebrea, las metafísicas alemanas contemporáneas; los sistemas ternarios están directamente conectados con los misterios divinos de lo sobrenatural y los sistemas cuaternarios con las evidencias científicas de la humanidad, pero los sistemas quinquenarios parecieran dejar un resto que no deja constituirse en totalidad.
Es una curiosidad que la evolución haya emparentado los sistemas de poder contemporáneos con la figura geométrica antigua que no permite la totalización: El pentágono. Palabra que carga en sí misma un valor simbólico social, político e histórico que pareciera acariciar la pretendida totalidad.
Palabra que abre nuestros sentidos; que hace estallar nuestros cinco sentidos dejándolos a la espera del sentido…
Son doce pentágonos tentando la representación imposible de la totalidad: finitud-infinitud, infinitud-finitud. Dos pares binarios simétricamente relacionados por la oposición que parecieran permitir la construcción dialéctica de una realidad total. Sin embargo, el tercero permanece excluido en la relación dodecaedra. El cinco y el doce buscando complementarse en la perfección infinita de una geometría finita.
Tres
Todo esto es perfectamente aplicable al principio que contiene todos los cuerpos en sí mismo. Es preciso llamarle siempre con el mismo nombre, porque no muda jamás de naturaleza. Recibe continuamente todas las cosas en su seno, sin tomar absolutamente ninguna de sus formas particulares. Es el fondo y la sustancia de todo lo que existe y no tiene otro movimiento, ni otra forma, que la forma y el movimiento de los seres que él encierra (Platón, 2013).
Quizá haya sido Platón el primer pensador en intentar desafiar la lógica binaria del sí y del no. Derrida sospecha que Platón designa bajo el nombre del khôra aquello que desafía la «lógica de no-contradicción de los filósofos». Pues, habría allí una «lógica distinta de la lógica del logos» (Derrida, 2011a). Y agrega: “La khôra no es «sensible» ni «inteligible»: pertenece a un «tercer género» («triton genos», 48e, 52a). Ni siquiera puede decirse de ella que no es ni esto ni aquello, o que es a la vez esto y aquello. No basta con recordar que no nombra ni esto ni aquello”(Derrida, 2011a). Introducir en el Timeo la noción de khôra intentando nombrar aquello que no es sensible pero tampoco inteligible ¿no pareciera ser acaso el intento de forzar en el lenguaje la posibilidad de un tercer género? Y tentar al lenguaje ¿no es acaso tentar al ser, a la realidad, a la naturaleza, a los dioses? Derrida afirma que tal como está presentado, el discurso sobre la khôra no procede del logos natural o legítimo; sino de un razonamiento híbrido, bastardo, incluso corrompido. El pensador argelino-francés se pregunta si ese discurso compete al mito. ¿Si sostenemos la polarización logos/mythos, accedemos al pensamiento de la khôra? (Derrida, 2011a).
Afirma –más adelante– que el pensamiento de la khôra excede la polaridad, sin duda análoga del mythos y el logos. Luego, nos propone omitir la traducción de khôra. Entiende que es necesario dejar la palabra sin un nombre que nos aleje de su sentido original para liberar el término griego de las redes de interpretación en que quedan atrapadas todas las traducciones: lugar, sitio, emplazamiento, región, comarca; madre, nodriza, porta-matriz, receptáculo (Cf.: Derrida, 2011a).
Khôra no es ni del orden del eidos ni del orden de los mimemas. Ella [1] es informada por eidos. Las imágenes del eidos que vienen a imprimirse en ella, que así no es, no pertenece a los dos géneros de ser conocidos o reconocidos. Ella no es, y ese no-ser puede sino anunciarse, es decir, además, no dejarse atrapar o concebir, a través de los esquemas antropomórficos del recibir o el dar. Hay khôra pero no existe. Khôra no es un receptáculo, o soporte o subjectum que da lugar a la recepción o concepción o a dejarse concebir por otro. Sin embargo, khôra recibe para darles lugar a todas las determinaciones, pero no posee ninguna como propia. Las posee, las tiene; porque las recibe, pero no las posee como propiedades de su propiedad: no posee nada propio. No es, hay. No hay más que una khôra por divisible que sea. Sin embargo, el referente de esa referencia, no existe. Hay khôra, pero la khôra no existe (Cf.: Derrida, 2011a).
No hay en ello nada fortuito. Khôra recibe, para darles lugar, todas las determinaciones, pero no posee ninguna propia. Las posee, las tiene, porque las recibe, pero no las posee como propiedades, no posee nada propio. No «es» otra cosa que la suma o el proceso de los que viene a inscribirse «sobre» ella, con motivo de ella, directamente en su motivo, pero khôra no es el motivo o el soporte presente de todas esas interpretaciones, aunque, no obstante, no se reduzca a ellas. Sencillamente, ese exceso no es nada, nada que sea y se diga ontológicamente. Esa ausencia de soporte, que no se puede traducir en soporte ausente o en ausencia como soporte, provoca y resiste toda determinación binaria o dialéctica, todo reconocimiento de tipo filosófico o, para ser más rigurosos, del tipo ontológico. Ese tipo es a la vez desafiado y reactivado por lo mismo que parece darle lugar. Aún deberemos recordar más adelante, con una insistencia más analítica, que si hay lugar o, según nuestro lenguaje, lugar dado, dar lugar no equivale aquí a regalar un sitio. La expresión dar lugar no remite al gesto de un sujeto donador, soporte u origen de algo que vaya a darse a alguien. (Derrida, 2011a)
Acaso no será la noción platónica de khôra ese tercer género discursivo, creacional, que se resiste a ingresar en la totalidad de cualquier lógica binaria. Pensar khôra como resto del pensamiento occidental nos muestra ya en el origen del mismo una grieta, una fisura, por la cual la verdad muestra una falla, una hendidura.
Mythos y Logos. Mundo de lo figurativo y de lo no-figurativo. Mundo de la representación y de la no-representación. La verdad y la no-verdad. Estos binarismos no agotan, no desbordan, la esencia de las cosas… quizás el dodecaedro sea emblema o paradigma del tercer género excluido que no se deja representar bajo las formas geométricas de la perfección, pero que muestra y representa los pretendidos ideales de una belleza monádica…
Hay mythos del dodecaedro, hay logos del dodecaedro, pero también, hay resto, restancia.
Khôra nos sucede, y nos sucede como el nombre. Y cuando un nombre viene, dice en el acto más que el nombre, lo otro del nombre y lo otro a secas, cuya irrupción, justamente, anuncia. Ese anuncio aún no promete, y tampoco amenaza. No promete ni amenaza a nadie [personne]. Todavía ajeno a la persona, sólo nombra la inminencia, y aun así una inminencia ajena al mito, al tiempo y a la historia de toda promesa y toda amenaza posible (Derrida, 2011a).
Cuatro
La deconstrucción no es un método, o una herramienta que se aplique a algo desde afuera. La deconstrucción es algo que sucede y que sucede en el interior; hay una deconstrucción en funcionamiento dentro de la obra de Platón, por ejemplo. Como bien saben mis colegas, cada vez que estudio a Platón trato de encontrar alguna heterogeneidad en su propio corpus, y de ver cómo, por ejemplo, dentro del Timeo el tema del Khôra es incompatible con el supuesto sistema de Platón (Derrida, 2009).
Derrida con su concepción sobre la deconstrucción nos invita a interpretar la técnica de la lectura como un modo de observación constante donde una y otra vez, cada vez, retornando eternamente a lo mismo, se produce, sucede, acontece, el surgimiento de la différance. En la totalidad de sentido que pareciera encerrar y/o encriptar un texto, el eterno retorno de la lectura provoca y abre una pluralidad, una heterogeneidad, de sentidos que las interpretaciones logocentristas habían dejado “encerrados” en su pretendido pathos objetivo sobre la verdad. Volver a leer a Platón, volver a leer a Aristóteles, empezar de nuevo cada vez: “…debemos leerlos una y otra vez y siento que, no importa cuán viejo sea, estoy en el umbral de la lectura de Platón y Aristóteles. Los adoro y siento que debo empezar una y otra vez. Es una tarea que está ante mí, delante de mí” (Derrida, 2009). Con este espíritu emprende una y otra vez, cada vez, una lectura sobre el Timeo de Platón esperando encontrar en él alguna heterogeneidad: “Para ser fiel a Platón, y esta es una señal de amor y respeto por Platón, debo analizar el funcionamiento y la disfunción de su obra” (Derrida, 2009). En este sentido, Derrida encuentra en el tema de Khôra una incompatibilidad con el supuesto sistema de Platón. Es decir, Khôra viene a ser una categoría que se hace presente en la teoría madura de Platón y que ofrece una diferencia que impide la totalización del sistema. Como expresa John D. Caputo en “Kkôra: tomar en serio a Platón” (Derrida, 2009), el problema de Khôra es uno de los puntos más oscuros pero a la vez más luminosos de la teoría platónica. Podríamos suponer que para un occidental del siglo XXI no es un problema pensar lo inteligible o lo sensible. No es un problema pensar, Dios y la materia. El reino de los cielos y el mundo terrenal. Esos son binarismos que nos acompañan desde el “modo propio” en que percibimos el mundo. Un “modo propio” performateado a partir del cual hemos naturalizado ese modo de mirar, de leer y de comprender el mundo. El problema sigue siendo, pensar Khôra. La tenacidad del logocentrismo lleva a querer arropar a Derrida de falta de seriedad en su método exorbitante y querer guardar los secretos sagrados de la filosofía bajo la interpretación unívoca de la razón. Sin embargo, estos caprichos muchas veces dejan pasar por alto algunas cuestiones que la seriedad filosófica debiera no dejar allanar en las verdades. En ese sentido, la tarea que emprende Derrida en sus tres ensayos sobre la temática del nombre: Pasiones, Salvo el nombre y Khôra, nos ofrece desde distintas perspectivas una mirada a cuestiones metafísicas inactuales donde nuestra tarea principal pareciera tener que ser mantener viva la pregunta, el preguntar. El Timeo nombra Khôra a esa «cosa» que no es nada de aquellos a lo cual parece «dar lugar». No da jamás nada. Ni siquiera ofrece los paradigmas ideales de las cosas o las copias que un demiurgo insistente inscribe en ella. Se muestra, se esconde, se vuelve completamente inaccesible, de un modo insensible, impasible pero sin crueldad. No hay discurso, palabra, logos que pueda acceder o aproximar su «hay». Khôra desalienta, ella «es» lo mismo que desarma los esfuerzos de persuasión, y cualquiera querría tener el valor de creer o el deseo de hacer creer: por ejemplo, en las figuras, tropos seducciones del discurso. Esta increíble e improbable experiencia es también, entre otras dimensiones, política. Anuncia o mejor, sin prometerla, una apuesta a prueba de lo político (Cf.: Derrida, 2011a).
Acaso, ¿puede ser Khôra la palabra que viene a evidenciar la imposibilidad de una metafísica de la presencia que encierre todo los sentidos? Acaso, ¿puede ser Khôra la noción para nombrar el sinsentido de la pura potencialidad de una materia primera que no tiene ningún grado de formalidad ni materialidad? Aquello que no se puede representar pero «hay». El vacío en cuanto tal. La sustracción de lo real y de lo ideal. Acaso ¿puede pensarse que Khôra viene a ser una categoría que opera como resto tanto de los idealismos como de los materialismos y no permite ni la binarización, ni la totalización, de estos sistemas interpretativos? Acaso ¿puede intuirse que una noción tal como aquella que nombra el tercer género y permanece presente sustrayéndose desde la fundación de la filosofía, esté operando mesiánicamente como la resistencia a cualsea forma de soberanía? Acaso, ¿puede representarse aquello que no se deja inscribir dentro de lo sensible ni dentro de lo inteligible como resistencia de la zôê a toda forma posible de bios?
Derrida provoca el pensar contemporáneo poniendo en la escena de debate de la filosofía, una vez más, el debate griego por el arkhé. En este sentido, nos obliga a invocar un preorigen olvidado que quedó estructuralmente perdido en su memoria. ¿Podríamos decir pensar el no-ente, pensar el no-ser?
Cinco
-… o alguna khôra (cuerpo sin cuerpo, cuerpo ausente pero cuerpo único y lugar de todo, en lugar de todo, intervalo, sitio, espaciamiento). ¿Diría usted también de khôra, como lo hacía en un murmullo hace un instante, «salvo su nombre»? Todo en secreto se juega aquí, puesto que ese emplazamiento desplaza y desorganiza también nuestros prejuicios onto-topológicos, en particular la ciencia objetiva del espacio. Khôra está ahí, pero más «aquí» que cualquier «aquí»… (Derrida, 2011b).
Pareciera ser que ese lugar nombrado, traído a la palabra, no tiene nada de objetivo ni de terrestre. Pareciera no corresponder a ninguna geografía, a ninguna geometría, ni geofísica. Pareciera no ser aquello en lo cual se encuentran un sujeto, tampoco un objeto. Pero se encuentra en nosotros. Allí se anida esa necesidad equívoca de reconocerlo, y a la vez, de deshacerse de él. Khôra persiste impasiblemente ajena a todo lo que ocupa su lugar y se siente y juega en ella (Cf. Derrida, 2011b).
Khôra seguirá siendo secreto, mudo, impasible, ajeno a toda historia, a toda periodización, a toda epocalización. “La khôra es anacrónica, «es» la anacronía en el ser; mejor, la anacronía del ser. Anacroniza el ser” (Derrida, 2011a). Calla, no para mantener reservada o retirada una palabra, sino porque persiste en su ajenidad a la palabra, sin que pueda decirse siquiera. Y allí, permanece bajo la forma del secreto. En cuanto secreto es lo que es, una palabra, ajena a la palabra. El secreto es intratable. Todo secreto se mantiene impasiblemente ahí, a distancia, fuera de alcance. Por lo cual no puede no respetárselo, quiérase o no, sépase o no [2].
En el lugar de un secreto absoluto. Ahí estaría la pasión. No hay pasión sin secreto, este secreto, pero no hay secreto sin esa pasión. En el lugar del secreto: allí donde, sin embargo, todo está dicho y el resto no es nada, nada más que resto (Derrida, 2011c)...
Khôra permanece en el secreto, lo que se sustrae en el nombrar, resistiendo todo binarismo, toda dialéctica.
Día y noche. Sol y Luna
Materialismo, idealismo…
Vida, muerte…
Khôra resiste lo viviente, hay.
El ser en el «hay»,
«hay» fuera de toda dialéctica viviente.
«Hay».
Bibliografía
Platón (2013), Timeo, trad. Patricio de Azcárate, Buenos Aires, Losada.
Giovanetti, Miguel Ángel y Espinosa, Luis (2011), Fragmentar el universo, ver: https://www.google.com.ar/webhp?sourceid=chrome-instant&ion=1&espv=2&ie=UTF-8#q=diazoograf%C3%B3n
Derrida, Jacques (2011a), Khôra, trad. Horacio Pons, Buenos Aires, Amorrortu.
Derrida, Jacques (2009), La deconstrucción en una cáscara de nuez, Buenos Aires, Prometeo Libros.
Derrida, Jacques (2011c), Pasiones, trad. Horacio Pons, Buenos Aires, Amorrortu, 2011.
Derrida, Jacques (2011b), Salvo el nombre, trad. Horacio Pons, Buenos Aires, Amorrortu.
Derrida, Jacques (2010), Seminario La bestia y el soberano. Volumen I (2001-2002), trad. Cristina De Peretti y Delmiro Rocha, Buenos Aires, Manantial.
[1] A esta altura afrontamos la incómoda situación de inscribir Khôra en un género del lenguaje castellano existente sólo por una torpeza estética, ni del orden de la lingüística ni del orden de la ontología. Dice Derrida “ahora decimos khôra y no, como siempre lo quiso la convención, la khôra, e incluso, como habríamos podido hacerlo por precaución, la palabra, el concepto, la significación o el valor de «khôra»”, ver: Derrida,
[2] Aquí se busca poner en tensión los sentidos que Derrida pone en juego entre Khôra y secreto. (Cf. Derrida, 2011b).