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*Andrés Padilla Ramírez es doctorando en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y candidato a Magister en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad por la misma universidad. Realizó sus estudios de grado en Filosofía por la Universidad Javeriana en Bogotá, Colombia. Tiene como intereses teóricos el pensamiento nietzscheano y post-nietzscheano. Participa de un proyecto de investigación sobre vida y animalidad dirigido por Mónica Cragnolini y  de otro sobre pensamiento estético contemporáneo dirigido por Guadalupe Lucero.

Púas-corazas, descamaciones y manos abiertas: diversidades y estremecimientos en las pieles nietzscheanas

Andrés Padilla Ramírez*

En el tercer cambio de piel

Ya se me parte y muda la piel

después de digerir tanta tierra,

con nuevo impulso, de tierra ya está ávida

la serpiente en mí.

Ya me arrastro entre la piedra y la hierba

hambriento sobre torcidas huellas,

para comer lo que siempre he comido,

¡tú, tierra, tú, alimento de serpientes!

 

Friedrich Nietzsche

 

Se arriesga la piel en tanto ficción interpretativa y posible senda a la hora de recorrer esta “especie de laboratorio de pensamiento filosófico” (D’Iorio, 2004) en que se (des)constituye incesantemente el deviniente corpus nietzscheano. A partir de ella consideramos que es posible rastrear en Nietzsche una revalorización de la materialidad sin por ello reducirse el pensamiento-vida a una suerte de mecanicismo último y desecante. Frente a un êthos filosófico totalizante que, o bien pretende construir(se) una coraza inmunizada ante todo lo extraño de sí, o que descarnando(se) y desollando(se) brutalmente ansía el arribo definitivo a un arkhé en tanto Tierra Firme de la Verdad (dos movimientos quizás complementarios de un modo de habitar el mundo que, en su dermatopatofobia [1], anhela un recinto definitivamente aséptico, impermeable e inmune a la duda, a la sospecha y, por supuesto, a los múltiples y diversxs otrxs), el filósofo alemán encarna-embarca-arriesga el pensamiento-vida en un incesante ensayo-experimento abierto al inminente contagio, al temblor y zozobra del errar, al perenne mudar de piel. Estremecimientos de pieles vulnerables que continuamente se expeaunen [2] a lxs otrxs; pieles que protegen pero que a su vez se contaminan, se parten, se hieren, se cuartean y cambian. También piel de mar en la que se zarpa, ensaya, navega y también se naufraga, haciendo de las moradas y de lo provisional el riesgo siempre abierto, no por ello menos necesario, del pensar-vivir.

De la piel de erizo a las manos abiertas

¿Cómo nos reencontramos a nosotros mismos? ¿Cómo le es dado al hombre conocerse?

Es ésta una cuestión oscura y enigmática; y si la liebre tiene siete pieles,

 el hombre puede arrancarse la suya siete veces setenta veces, sin poder por ello decir aún:

«éste eres tú verdaderamente, ya no se trata de un mero envoltorio».

Friedrich Nietzsche

La figura de la piel en el corpus del pensamiento nietzscheano se hace presente a lo largo de su pensamiento-escritura [3]. El concepto piel, como la piel misma, se descama y renueva incesantemente a lo largo de la obra del filósofo alemán, dando cuenta de la plasticidad y transfiguración que opera en los conceptos mismos y que impide una sedimentación definitiva de sentido o una univocidad que detenga, de una vez por todas, la fluidez y el carácter deviniente de toda metáfora que tan sólo, por su continuado uso, ha perdido su fuerza sensible y se ha hecho “verdad” (Nietzsche, 1998 [1873]: 25). Palabras, pues, que no guardan ni recubren algún sentido escondido al amparo de ser arañado, desgarrado, hecho tiras: “como si este mundo de cosas dichas y queridas no hubiese conocido invasiones, luchas, rapiñas, disfraces, astucias” (Foucault, 2008:11). Arriesguemos, pues, pieles: la piel púa, la piel que descama, la piel de la mano abierta.

La púa-coraza

La púa que rechaza todo exterior-amenazante; espina que, en su defensa, nada deja acercar-palpar. La púa es piel dura: skleros-dermos, sedimentación de queratina que acaba en defensiva punta aguda. De púas que resguardan está revestido el erizo: figura y animal caro a Schopenhauer, maestro y educador, al igual que Richard Wagner (aquel defensor a ultranza, a través de su proyecto metafísico-estético-ético-político, de una originariedad germana acechada desde el exterior por la decadencia y por lo no-alemán), de un metafísico joven Nietzsche.

 

Un grupo de puercoespines se apiñaba en un frío día de invierno para evitar congelarse calentándose mutuamente. Sin embargo, pronto comenzaron a sentir unos las púas de otros, lo cual les hizo volver a alejarse. Cuando la necesidad de calentarse les llevó a acercarse otra vez, se repitió aquel segundo mal; de modo que anduvieron de acá para allá entre ambos sufrimientos hasta que encontraron una distancia mediana en la que pudieran resistir mejor. — Así la necesidad de compañía, nacida del vacío y la monotonía del propio interior, impulsa a los hombres a unirse; pero sus muchas cualidades repugnantes y defectos insoportables les vuelven a apartar unos de otros. La distancia intermedia que al final encuentran y en la cual es posible que se mantengan juntos es la cortesía y las buenas costumbres. En Inglaterra a quien no se mantiene a esa distancia se le grita: keep your distance! —Debido a ella la necesidad de calentarse mutuamente no se satisface por completo, pero a cambio no se siente el pinchazo de las púas.— No obstante, el que posea mucho calor interior propio hará mejor en mantenerse lejos de la sociedad para no causar ni sufrir ninguna molestia (Schopenhauer, 2013 [1851]: 665)

Cortesía y buenas costumbres o “autárquicamente” mantenerse aislado. Ser políticamente correcto o tal vez configurar el idiotes privilegiador de sus intereses privados. Sociedad de individuos monádicos y calculadores. Las pieles no se rozan, no se molestan, no se irritan, no se contagian. El espacio que me corresponde se salvaguarda recurriendo a un pacto/cálculo entre intereses. Keep your distance dicta el imperativo: mantengo lo propio, mantienes lo propio. Sociedad construida por individuos que, a posteriori de su individualidad, se ponen de acuerdo en su forma de asociarse, en establecer el contrato que protege y salvaguarda las correctas distancias entre ellos y las propiedades de cada uno. Lógicas del aseguramiento, radicales inmunizaciones (o, en todo caso, contagios controlados) que mantienen lo extraño a distancia, la penuria por fuera. El erizo. También un joven Nietzsche, schopenhaueriano-wagneriano, que no sólo se constituye y se escribe metafísicamente [4] sino que pide perdón por aplicarse metáforas animales, que ofrece disculpas por quizás traspasar y no mantener claros y distintos los “límites” de lo humano. Un Nietzsche de piel dura que anhela proteger lo propio de lo que externamente lo amenaza, que no ve la curación de sí exclusivamente en su cuerpo, un joven filólogo metafísico devenido puerco espín o caracol.

Nosotros, me refiero a usted y a mí, nunca sufrimos de forma puramente corporal, sino que todo está entreverado con crisis espirituales, de manera que no puedo concebir cómo podré volver a estar sano recurriendo sólo a farmacias y dietas. Creo que usted sabe y cree en esto tan firmemente como yo, ¡y que le estoy diciendo algo que está de sobra! El secreto de toda curación para nosotros es conseguir una cierta dureza de piel, dada nuestra gran vulnerabilidad y capacidad de sufrimiento interior. Desde el exterior al menos, ya nada nos puede sacudir ni golpear tan fácilmente; por lo menos ya no se sufre como cuando uno recibe disparos desde ambos lados, desde el interior y desde el exterior. — Mi vida doméstica (…) tendrá que convertirse en una fuerte y dura piel para mí, me hace feliz imaginarme en mi concha de caracol. Sabe que por usted y por algunos pocos saco las antenas siempre con amor, perdone la metáfora animal (Nietzsche, 2009: 110) [5].

La piel que descama

Nietzsche en 1876 comienza la escritura de Humano, demasiado humano, y con él la piel descama su púa, su metafísica, su ‘cosa en sí’. La dermis reconoce su carácter de transitoriedad y también de superficie deviniente de inscripción de valores, verdades y representaciones: toda interpretación, incluyendo las metafísicas, constituyen revestimientos existenciales que posibilitan determinados modos de vida humanos, siempre demasiado humanos. Êthos nietzscheano de sospecha y develamiento, de remoción de pieles-sedimentos sin por ello desollarse buscando/alcanzando fondos últimos, tierra firme, esencias, fundamentos [6].

Nos hemos desembarazado de muchas representaciones –Dios, vida eterna, justicia redistributiva en el más allá y en la vida presente, pecado, redentor, necesidad de redención-; una especie de enfermedad pasajera exige que se cubran los huecos, la piel tirita un poco de frío, porque antes estaba revestida en tal sitio (Nietzsche 2008: 349 / NF-1876, 23[110]).

Humano, demasiado humano: desenmascaramientos de idealismos. El filósofo acá descarna, arriesga gestos genealógicos, contrapone el sentido histórico a desplegamientos meta-temporales. Su labor: rastrear los escondites donde el ideal tiene su casa (sus mazmorras, su última seguridad, sus bajos fondos). Proceder que acompaña también los años de Aurora y la Ciencia jovial: mantengámonos en la superficie, pero desaprendamos el asco de dar cuenta que lo que recubre nuestra existencia es un producto siempre a merced de crítica-disección:

Purificación del alma: Lo estéticamente ofensivo del interior del hombre sin piel –masas sanguinolentas, heces intestinales, vísceras, todos esos bichitos que están sorbiendo, chupando –informes o monstruosos o grotescos y, además desagradables para el olfato. Así que ¡olvídalo! Lo que de ahí sale produce vergüenza (heces, orina, saliva, semen) (…) cuanto menos sabe un hombre acerca del organismo, tanto más piensa junto carne cruda, descomposición, hedor y gusanos. El hombre, mientras no tiene forma, es repugnante para sí mismo –hace cualquier cosa para no pensar en ello. Los idealistas del amor son entusiastas de las formas bellas, quieren engañarse y suelen indignarse ante la idea del coito y del semen. Todo lo desagradable, molesto, lo demasiado intenso lo ha atribuido el hombre a ese interior del cuerpo: situando tanto más arriba la vista, el oído, la figura, el pensamiento. Lo repugnante tenía que ser ¡el origen de la desdicha! -¡Desaprendamos el asco! (Nietzsche, 2005 [1908]: 90)

Sólo algunos pocos son lo bastante serpientes para librarse de esa piel un día (Nietzsche, 2000 [1881]: 255).

Pero tal vez aquel error de entonces, cuando tú eras otro –siempre eres otro-, te era tan necesario como todas tus actuales ‘verdades’, por decirlo así, como una piel que te disimulaba y embozaba mucho que aún no te estaba permitido ver. Cuando ejercemos la crítica no es nada arbitrario ni impersonal –es, por lo menos muy a menudo, la prueba de que en nosotros hay allí fuerzas vivas e impulsoras que expulsan una corteza. (Nietzsche,1985 [1882]: 179).

 

Piel de manos abiertas

Púa-coraza, piel que descama. Pero también piel de manos abiertas. La piel ahora da cuenta de la voluntad de poder en tanto fuerzas disgregantes y constructivas. No es un resguardo apolíneo ante un fondo dionisiaco (una inmunidad puesta como dique ante esa Voluntad de poder disgregadora); tampoco es retirada a tiras en un movimiento crítico en busca de fundamento-mundo verdadero. La piel es umbral, superficie en tensión, zona peligrosa en tanto lugar de incesante despojo de propiedades: una detención pasajera siempre despidiéndose o arribando, habitar el pasaje, trazar un puente hacia otros puentes.

La piel es producto de no se sabe qué fuerzas y pulsiones, una especie de sedimentación que por partes constantemente se va desprendiendo y reconstituyendo de nuevo. (Nietzsche, 2010: 659 / NF-1880, 6 [339]).

En el denominado Nietzsche maduro (ubicado a partir del Así habló Zaratustra en las periodizaciones tradicionales (Fink,1996; Colli, 1983; Vattimo, 1996) la piel deviene un ethos que posibilita el contagio y que no constituye una aversión histérica ante la posibilidad del mismo. La piel acá da cuenta de una continua desapropiación, imposibilidad de detención o de forjar una totalidad y unidad definitivas. La piel revela su incapacidad de dar cuenta de lógicas perentorias de apropiación y aseguramiento de cuerpos singulares o de colectivos-nacionales. Imposible que la piel resguarde una verdad ahistórica, un sentido último, un arkhé que se conserve siempre intacto-prístino y que otorgue razón de ser o jerarquías definitivas a todo lo existente. Aquella primera hostilidad ante lo extraño del Nietzsche-Púa da paso en este último Nietzsche a una piel expuesta a posibles contaminaciones que no pretenden ser asimiladas-desactivadas en síntesis tranquilizadoras ni en mismidades originarias. La piel no se hace látex ni configura recintos asépticos definitivos. Tampoco por ello se dan homogenizaciones o indiferenciaciones. No se da la comunidad como un encuentro entre iguales que aseguran su propia identidad (grupo de idénticos puercoespines salvaguardando el espacio que les es propio), sino como esa (im)posible comunidad-amistad de los diferentes [7] que, como las naves nietzscheanas, al mismo tiempo que se encuentran ya están en inminente despedida:

LA AMISTAD DE LAS ESTRELLAS: Somos dos barcos y cada uno tiene su meta y su rumbo; bien podemos cruzarnos y celebrar juntos una fiesta, como lo hemos hecho –y los valerosos barcos estaban fondeados luego tan tranquilos en un puerto y bajo un sol, que parecía como si hubiesen arribado ya a la meta y hubiesen tenido una meta. Pero la fuerza todopoderosa de nuestras tareas nos separó e impulsó luego hacia diferentes mares y regiones del sol, y tal vez nunca más nos veremos –tal vez nos volveremos a ver, pero no nos reconoceremos de nuevo: ¡los diferentes mares y soles nos habrán transformado! (Nietzsche, 1985 [1882]: 162)

Pieles incapaces de dominación y apropiación de aquel otrx, amistades en (des)encuentros incesantes, moradas en (de)construcción inclemente en medio de territorios de vida-pensamiento que, como el mar, siempre se dan (des)estructurantemente activos. Es pues ahora que el perfume de la rosa espinosa schopenhaueriana, de igual forma que los idílicos días en la asegurada-reconfortante-reafirmadora casa de Tribschen propiedad de los Wagner, deviene, pues, el amargo perfume cadavérico de la púa histérica de erizo, pero también permite el paso hacia la piel siempre expuesta de las manos abiertas.

El rechazo de lo extraño, no dejar al estímulo actuar como fuerza formadora –sino contraponerle una piel dura, un sentimiento hostil: para la mayoría, una necesidad para su conservación. Pero el santo más rico vive entre los criminales como en su elemento. La libertad de espíritu de la moral llega a su límite cuando alguien siente el estímulo por lo extraño sólo como perjudicial, no como estimulante. Quien es rico en su santidad, ése se siente entre los más malvados como en su casa; y todo rechazo es cosa de indigentes. (Nietzsche, 2010 [1967]: 215; NF-1883, 7 [195]).  

El rechazar, el no-dejar-acercarse a las cosas, es un gasto –no haya engaño en esto-, una fuerza derrochada en finalidades negativas. Simplemente por la continua necesidad de defenderse puede uno llegar a volverse tan débil que ya no pueda defenderse. –Supongamos que yo saliese de casa y encontrase, en vez del tranquilo y aristocrático Turín, la pequeña ciudad alemana: mi instinto tendría que bloquearse para rechazar todo lo que en él penetraría de ese mundo aplastado y cobarde. ¿No tendría yo que convertirme en un erizo? –Pero tener púas es una dilapidación, incluso un lujo doble, cuando somos dueños de no tener púas, sino manos abiertas… (Nietzsche, 2005 [1908]: 56). 

Epílogo: La piel del mar

Quizás lo que con Nietzsche se arriesga es una vida-pensamiento peau-ética (a la vez que una poética): un hacer de la superficie, que continuamente se estremece, una forma de habitar, un modo de vida que siempre está, en su sedimentación, despidiéndose. Una descamación de la púa en manos-abiertas. Un mar abierto, fértil en islas, pero nunca el mar epicúreo de residencia sosegada: “sólo alguien que sufre continuamente ha podido inventar tal felicidad, la felicidad de un ojo para el cual el mar de la existencia se ha quedado en calma, y que ahora ya no puede saciarse de mirar su superficie y la multicolor, delicada y estremecida piel del mar” (Nietzsche, 1985 [1882]: 58-59). Si Paul Celan acierta en decir que “La poésie ne s’impose pas, elle s’expose” (“la poesía no se impone, se expone”) quizás tan sólo nos resta a nosotros por enunciar-traducir: Ni la piel ni la poesía se imponen, ambas se exponen.

Bibliografía

Colli, G. (1983), Introducción a Nietzsche, México, Folios Ediciones.

Cragnolini, M. (2006), Moradas nietzscheanas: del sí mismo, del otro y del “entre”. Buenos Aires, Ediciones La Cebra.

D’Iorio, P. (2004), “Système, phases, chemins, strates”. En: D’Iorio, P. – Ponton, O. (eds.), Nietzsche Philosophie de l’esprit libre. Paris, Édition Rue D’Ulm.

Fink, E. (1996), La filosofía de Nietzsche, Madrid, Alianza.

Foucault, M. (2008), Nietzsche, la genealogía, la historia, trad. J. Vázquez, Valencia, Pre-textos.

Nancy, J. (2003), Corpus, trad. P. Bulnes, Madrid, Arena Libros.

Nietzsche, F. (1998 [1873]), Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, trad. L. Valdés y T. Orduña, Madrid, Tecnos.

––. (2000 [1881]), Aurora, trad. G. Cano, Madrid, Biblioteca Nueva.

––. (1985 [1882]), La ciencia jovial, trad. J. Jara, Caracas, Monte Ávila Editores.

––. (2005 [1908]), Ecce Homo, trad. A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza Editorial.

––. (2009 [1967]), Correspondencia III (Enero de 1875 – Diciembre de 1879), trad. A. Rubio, Madrid, Editorial Trotta.

––. (2008 [1967]), Fragmentos Póstumos. (1875-1882), trad. M. Barrios y J. Aspiunza, Madrid, Editorial Tecnos, Volumen II.

––. (2010 [1967]), Fragmentos Póstumos. (1882-1885), trad. M. Barrios y J. Aspiunza. Editorial Tecnos. Madrid, Volumen III.

––. Digitale Kritische Gesamtausgabe Werke und Briefe. Edición Crítica Digital basada en el texto crítico de G. Colli y M. Montinari Berlin / New York, de Gruyter 1967. Editada digitalmente por Paolo D’Iorio. En: http://www.nietzschesource.org/

Rodriguez Marciel, C. (2011) Nancytropías. Topografías de una filosofía por venir en Jean-Luc Nancy, Madrid, Editorial Dykinson.

Schopenhauer, A. (2013 [1851]). Parerga y paralipómena, trad. P. López de Santa María, Madrid, Editorial Trotta, Volumen II.

Vattimo, G. (1996), Introducción a Nietzsche, Barcelona, Península.

[1]. Caracterizamos como dermatopatofobia el temor angustioso y la aversión exagerada a las enfermedades o a las lesiones de la piel.

[2]. Nancy construye el neologismo expeausition debido a la identidad fonética que se da en francés entre exposición y expeausition. Si bien reconocemos que en español se ha traducido expeausition por expielsición optamos por mantener el neologismo en aras de conservar la identidad fonética. Nancy (2003: 28). Rodríguez Marciel (2011: 60)

[3]. ‘Haut’ (piel) aparece 128 veces en la Digitale Kritische Gesamtausgabe, versión digital de la edición crítica alemana de la obra completa de Nietzsche editada por Giorgio Colli y Mazzino Montinari. La primera aparición del término se da en 1868 en carta a Paul Deussen (casi 4 años antes de la publicación de El nacimiento de la tragedia en 1872) y su última aparición se da en Ecce Homo (libro cuyas últimas modificaciones, siguiendo lo relatado por Andrés Sánchez Pascual, tienen lugar el 29 de diciembre de 1888, pocos días antes del “derrumbe” psicológico del filósofo en Turín).

[4]. El nacimiento de la tragedia (1872) es el libro escrito por Nietzsche para esta época schopenhaueriano-wagneriana. Libro que reproduce, por una parte, el esquema filosófico-metafísico de Schopenhauer aplicado al origen de la tragedia en Grecia, y que, por otra parte, constituye un homenaje a Wagner en tanto paradigma de redención y renacimiento cultural mediante el resurgimiento del mito germano originario.

[5]. Carta de Nietzsche a Malwida von Meysenburg con fecha de 11 de Agosto de 1875.

[6]. Publicado en 1878, Humano, demasiado humano representa un libro-espada de su ruptura con Wagner quien, con su Obra de arte total plantea el retorno a lo originario: aquel principio idéntico al que siempre cabe la posibilidad de recurrir (no sólo) en épocas de decadencia. “Con él [con Humano demasiado humano] me liberé de lo que no pertenecía a mi naturaleza. No pertenece a ella el idealismo: el título dice ‘donde vosotros veis cosas ideales, veo yo -¡cosas humanas, ay, sólo demasiado humanas’ (…) Cuando por fin tuve en mis manos el libro acabado mandé dos ejemplares también a Bayreuth. Por un milagro de sentido me llegó al mismo tiempo un hermoso ejemplar del texto de Parsifal. Este cruce de los dos libros – a mí me pareció oír en ello un ruido ominoso. ¿No sonaba acaso como si se cruzasen espadas?”. (Nietzsche, 2005 [1908]: 92-94).

[7]. Para un mayor desarrollo del tema de la comunidad en Nietzsche desde la temática de la amistad: Cragnolini (2006: 125-132).

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